Salvador Medina Barahona

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Tres gotas de cianuro

In Sin categoría on agosto 29, 2012 at 21:57

Por Salvador Medina Barahona

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Estamos de vuelta de todas las cosas. Y la Poesía, esa entidad mágica que sobrecoge el corazón y coloca sílabas ardientes en la desnudez de nuestros cuerpos, se oficia más como memoria emotiva que como palabra inédita; más como recuerdo que como invención. Si estamos de vuelta y la Poesía nos ayuda a recordar, luego, la Poesía es el camino, y en el camino recogeremos nuestras huellas más felices y el lodo fétido que vulnera nuestros pies.

Caminar por los siglos a eso nos lleva, a regresar. A volver sobre la madrugada del mundo y reconocernos diferentes, transfigurados, como si hubiésemos mudado de piel en la ruta y fuésemos otros y los mismos, siempre nuevos y siempre como antes.

Si he leído bien, es esa la frecuencia en la está escrito el poema Hemos caminado siglos esta madrugada. Javier Medina Bernal ha sido memorioso y ha escogido la fluidez del verso prosaico para contarnos una historia de largo aliento que, de tan suya, ya no le pertenece, porque logra vaciarse en nosotros con sus sílabas de fuego y genera, por combustión, unos vínculos con los seres y las cosas, nosotros incluidos, que parecieran ser inquebrantables.

Se escribe no para llegar al final de una historia, sino para llegar al final de uno mismo, ha dicho Le Clézio. Pero no estoy seguro de que eso pueda ser resuelto de forma definitiva, porque estamos caminando, y tal vez nuestro final sea el medio en sí mismo, es decir, el camino.

El mayor acierto del libro es que el caminante fluye y confluye en un camino de agua, asfaltado por la lluvia. Pero la lluvia, agua al fin,  va al encuentro de múltiples superficies, no se asienta en ninguna y a todas devasta con su fuerza.

El poeta se arriesga, y lo sabe, con un arranque de bajo perfil, sin pretensiones, sin el espuelazo artero que propinan, de salida, muchos poemas de enjundiosa factura; como si este fuera el preludio silencioso de la ira que desatará después: De la emoción que irá creciendo bajo el imperio tormentoso del agua y el recuerdo. Memoria líquida, pues. Poesía en movimiento. Anecdotario que a ratos nos trae la duda de la ficción, de no saber qué voz nos habla; porque el poeta confesional se nos convierte en personaje y como personaje viste la máscara de la mentira.

El crepúsculo es mirada, nos dice, y no sabemos quién mira. Quema la noche, nos dice, y no sabemos a quién quema: Noche y crepúsculo, personajes también, entidades que interactúan con una prolongada lista de elementos vivos, humanos y no.

Gusta, entre otras cosas, la humildad de algunos pasajes del libro, que contrasta con la soberbia de otros tantos, como si se tratara de un juego o un choque de límites:

 Escribe, por ejemplo:

“Hoy estoy en mi cuarto y tengo papel y lápiz y,

si me pongo tigre,

si me pongo diablo y terso,

podría escribir alguna cosa.”

 

 Pues bien, veamos ahora lo que “alguna cosa”, unos versos más adelante, es:

“Ahora quiero ser árbol. Soy árbol.

Quiero contar mi historia

aunque sea falsa.

Yo crecí con los árboles

y aprendí el lenguaje de las ramas y las hojas.

En el otoño les pude decir adiós antes de su sacrificio,

de su lance hacia la nada de la tierra.

Y me convertí en árbol.

Conocí la palabra marchita,

la palabra piedra,

la palabra vieja.

Nuevas sombras ofrecí a los hombres.

Conocí el grito del leñador.

Y me fui abajo.”

 

Veamos esta otra “alguna cosa”:

“Hay una canción que nos pide hablar del dolor,

pero yo no quiero hablar del dolor.

Yo quiero seguir en esta cama,

ver el pozo de mi pecho

y sentir que el día se tragará la lluvia,

y que yo, de algún modo inexplicable

(no creo en la justicia)

volveré a ser león

y víctima.”

He citado a mano alzada estos dos fragmentos cuya descontextualización  poca justicia le hace al libro en su conjunto. Dos pétalos de una flor azul arrancados para ofrecerlos a ustedes como dulces gotas de cianuro, con todo mi cariño: Transfigurarse es morir para seguir viviendo. Este libro ayuda a morir, hay que bebérselo todo. Este libro ayuda a respirar incluso en medio de la tumba de la opresión cotidiana. Este libro transfigura. Pocos lo hacen; de modo que estamos frente a un poema de palabras mayores.

Cito ahora parte de la reseña que escribí para la contraportada de esta edición en rojo sangre:

 “Reflexivo, prosaico, exquisitamente poético, el poema subvierte, como pocas veces se ha hecho con éxito en la poesía panameña, las estructuras convencionales, para estar al servicio de una aparente narratividad que desemboca en zonas de airada belleza. Contrario a lo que podríamos esperar, aquí las digresiones, las bifurcaciones, la multiplicidad de meandros que se desplazan  por las más inesperadas vías, terminan confluyendo en unos cierres lúcidos e inexpugnables. Cuando menos se lo espera, el lector se ve atrapado en los nudos de unos cabos que parecían sueltos y siente la inexorable presión de las trampas que se han colocado con absolutas premeditación y alevosía en su camino. Crónica, confesionario,  charada épica, partitura lúdica de encuentros y desencuentros con la alteridad, Hemos caminado siglos esta madrugada es, sobre todas las cosas, la hegemonía del lenguaje que avanza desde la primera línea, en un crescendo de albañiles, tigres, amantes, seres, entidades y cosas que se van transfigurando bajo la inmensa sabiduría de la lluvia. Nadie, nadie, podrá escapar de sus estocadas hermosas y brutales.”

 Una tercera gota de cianuro, para cerrar:

“Sólo los perversos mueren con los ojos abiertos,

me dijo mi madre alguna vez.

Anduve asustado

y ciervo por varias lunas y

le temí a todo desde entonces,

porque yo bien sabía que al morir

mis ojos quedarían abiertos

y que a mi madre le costaría cerrarlos.

Pero acaso le facilitaría las cosas a los gusanos,

ellos acudirían a mis ojos,

a mi vientre,

a mis genitales marchitos;

siempre dispuestos los gusanos,

gordos,

blandos,

húmedos y hambrientos,

y ya no podría llorar más,

ya no habría música,

ni cerveza, ni mujer,

ni hermano muerto,

ni corazón roto, ni libros,

ni calor, ni padres borrachos, ni abuelas derruidas,

ni amores fugaces y extranjeros.”

 

Pues eso.