por Salvador Medina Barahona
ESTA FOTO NO ES GRATIS
Él está sentado entre la inminencia del caos y la exactitud del orden: Libros a su espalda son una urbe de papel a punto de caerle encima; anónimos dichos libros más que un viento sur haciendo malabares en la boca de una gruta olvidada. Al frente, en diagonal, tiene 10 tomos dispuestos en una especie de escalera ascendente y beligerante, dique de contención de lo que podría caer; llevan nombres los tomos en sus lomos; así el anonimato que aquella pila amenazante intenta instaurar se disipa. Usted habrá de reparar en ellos; no fueron puestos allí sino para llamar su atención, despertar su intriga, demoler el silencio de la foto. Él lee un ejemplar de tapa dura, o finge leerlo, como para honrar el compromiso de una toma de estudio; ha intentado ser natural (no es tiempo ahora de discutir si lo logra, cada quien juzgue por su cuenta); al menos es una pose convincente, pero una pose al fin. La portada del ejemplar que lee es oscura, ¿negra tal vez?, con unos destellos casi imperceptibles, lo que contrasta con sus páginas de un amarillo parco, inútil. Sobre el libro abierto ha clavado, con actitud, su codo derecho, que asciende hasta proclamarse en brazo, muñeca y mano que sostiene un rostro que pesa, una mirada que agujerea, desde arriba, las palabras. Otro contraste surge: La palidez de esas páginas se prolonga oscureciéndose en la vertical ascendente de ese brazo que bien podría prestarse para el amor o la guerra, la caricia o el golpe; pero no tanto se adumbra como para confundirse con la camisa negra que lo hace resaltar como una torre de marfil que está a punto de acostarse al cobijo de una noche cerrada.
Entre los 10 tomos del orden y el cuerpo que parece sostener la multitud caótica de libros que lo asedian, se deja ver, en un aparente segundo plano, la imagen fálica de otro brazo: el de una guitarra. Si observamos con detenimiento, veremos que cumple una función de bisagra que ayuda a mantener en pie el librerío. Si ese brazo se mueve, pueden ocurrir dos cosas: que el librerío se derrumbe para siempre, como ya se intuye, o que el hombre que está entre ellos se levante, junte las dos hojas de una alacena libresca y portátil y se lleve las palabras a caminar consigo bajo la lluvia de octubre, o bajo el sol.
Preso de libros y de libros preso, caigan estos desde su caos presentido al suelo de la habitación que ocupan y lo sepulten, o los encierre el hombre como en una maleta de sílabas viajeras, la señal es clara: Él los llevará consigo siempre. Sobre la horizontal de su cuerpo o bajo la vertical de sus manos.
LA GUITARRA Y LAS PALABRAS
Música y verbo se conjugan. El hombre hurta símbolos escritos a los libros y a la vida y los vacía en el aire: compone las estrofas de su sinrazón y su cordura en aire y con sombra. La música es el aire, viaja en el aire, permite que las letras viajen en el aire. Las palabras son la sombra, pedacitos de sombra que moran en la sombra, hasta que sopla el viento, un aire mayor, y las disemina, y se adensan otra vez en un comunicado de ritmos subjetivos y emociones sublimes. Aire y sombra, uno; madeja de gas y carboncillos. Aritmética y álgebra. Precisión y aproximación. Suma de contrarios en armonía. Canción enamorada.
Él lanza su voz (de palabras llena) al aire. Canta. El aire se puebla de significados; los distribuye; se hace universo. UNI-VERSO: UNIR-VERSOS: UNI-CIÓN: CANCIÓN DEL TODO, DEL UNO. Para todos.
¡Poeta tenía que ser!
REPARE USTED EN LOS NOMBRES Y NO SE DEJE ENGAÑAR
Enfoque usted la mirada en la columna izquierda de la foto. Sí. Otra vez. Hágalo. No me haga usted enumerar lo evidente en estas líneas. (Soy algo flojo de nacimiento, en realidad bastante.) Lea de arriba hacia abajo, o de abajo hacia arriba, o a partir del medio hacia donde a usted le plazca, pero lea. Y no solo lea; vea el grosor de cada libro, el contorno de las letras que lo nombran, lo diverso de sus tonos. Imagine que un libro se abre y que de allí sale la voz. Si el ruido circundante no se lo permite, no se ofusque, tome el CD de una vez, si es que tiene ya carátula y CD en mano, y póngalo a sonar; o siéntese ante su PC, descargue un “track” (le convendrían todos en realidad) y escuche. Verá, más bien escuchará la música de las palabras y las palabras de la música; por analogía, sabrá que los libros suenan.
Nada más no se deje usted engañar; los nombres no siempre dicen lo que dicen. Deje que ese aire cargado de palabras le cante su verdad, o le devuelva su mentira.
Por cierto, JAVIER MEDINA BERNAL (perdón esta vez por el grito) es el nombre de ese caballero que está sentado frente a usted (mire la foto de nuevo, por favor) llamándole a convertirse en página melódica, sonido escrito. Con sangre. Con fuego. Con algún optimismo. Con ternura.
ESTE BARDO LLEGÓ PARA QUEDARSE
Dirá usted: “Claro, cómo no lo va a decir, si el mismo apellido llevan.” Pues sí. Pero resulta que a Javier (Nacho, como le decimos en familia) eso le juega en contra. Los Medina (al menos nosotros) somos, en mayoría, sordos por deporte. O sea, ignoramos de oído lo que hacemos y decimos; no nos prestamos atención. Podríamos estar, cada año bisiesto, en la misma sala y tener una acalorada discusión sobre todo y nada a la vez, pletórica de proyectiles verbales que se lanzan a diestra y siniestra sin el menor reparo de los otros, con lo cual cada quien regresa a su caverna menos sabio que siempre y más atormentado que nunca, a husmear en su soledad y renegar del apellido y de la sangre, para retomarlos luego por un extraño sentimiento de pertenencia a una casta de sordos que se aman; de lejos, pero se aman. Todo este envión de Perogrullo para decir lo consabido: que toda regla tiene su excepción y que, cuando la cosa se pone más sorda que de costumbre, sale este sobrino mío de dos metros y medio, agarra la guitarra con una intensidad que pareciera que te la va a partir en la cabeza, hace su par de gargaritas, se dice “OhDiosmíoPerdónalosSeñorporquenosabenloquehacenOh” y nos deja mudos con el sosiego de su voz, la caricia de sus letras. Y uno, que pensaba que de nada servían los poetas y los cantantes de la familia, no tiene más remedio que callar, abrir los oídos, espabilar la mirada y dejarse querer. Por eso digo que Javier llegó para quedarse, al menos en el corazón de muchos de los suyos, que no son tantos. Pero por allí se empieza. Es nuestro bardo, nuestro trovador, y sabe, aunque lo ignore (puesto que también padece de sordera crónica para lo que le conviene, y para lo que no), que lo queremos. ¡Al menos yo sí, carajo! Pero, ay, ya no se trata de un secreto de familia. El hombre ha ido más allá y ha oficiado la música con una pasión inquebrantable; ha subido a los escenarios; canta cuando le piden leer poemas; lee poemas cuando le piden que cante; es decir, hace lo que le da la gana y va ganando adeptos rebeldes como él, sensibles como él, enamorados como él, solitarios como él, y la familia crece, se hace grande con él más allá de la sangre.
Ahora lanza a la publicidad 8 nombres nuevos en el pentagrama de nuestras vidas. Cada nombre y su melodía. Cada melodía y su mundo. Cada mundo y nosotros. Si bien, como ya hemos sugerido, los nombres pueden a veces engañarnos, sin duda, cuando suenan gratamente, quedan. Queda el cantor que los acuña, queda. Y queda, más allá de las bardas de la intimidad, una fiesta de sonidos que van conquistando cielos y demoliendo infiernos. Sale Javier de su caverna libresca y una multitud, ya no de libros, sino de gente, le espera, con los oídos aguzados y los brazos hacia arriba, las manos leyendo el aire, tocando los carboncillos de la sombra en el dominio tutelar de la música.
Mire usted lo que ha hecho escribir a esta fan poco común:
“Dicen que la música es energía viva, palpitante, a la espera de encontrar una voz, un oído, un mensaje, un instrumento al fin, para propagarse. ¿Pero de dónde sale? (…)
El quejido líquido y musical flota en una frecuencia inaccesible al simple ser humano, hasta que llega un cazador experto y atrapa la corriente para transformarla en arpegios, y emular con su voz y sus dedos el látigo del aguacero sobre cada cuerda del alma, su arma. Su guitarra.
Una lluvia de esas capturó Javier Medina Bernal en su caza de canciones cuando escribió “Caer”, y en ella escuchamos los ecos de melancolía que van retumbando en nuestras propias paredes. En sus cuerdas, nuestros gemidos. En su voz, nuestros gritos.” Katherine Madrid Yurchenko
EPÍLOGO (SEAMOS HONESTOS: CUÑA PUBLICITARIA, PUES)
Volviendo al rollo de las familias y sus sorderas, fíjese usted si le pasa lo mismo con la suya. JMB podría irse con usted a casa. (¡Coño!, me temo que habrán de necesitarlo más de cuatro… De ser así, lléveselo; mejor decir, llévese su voz, a ver si le resuelve. Le sale barato, vea: a $10.00 palos, como decimos con elegancia por estos lares.)
http://www.amazon.com/Universo-Cap%C3%ADtulo-I/dp/B009NYTTXI/ref=sr_shvl_album_1?ie=UTF8&qid=1351477484&sr=301-1
POSDATA RETÓRICA
¿Quién por tan poco puede llevarse un Universo?
FICHA TÉCNICA
Universo – Capítulo I, 2012
CD con 9 canciones
Duración aproximada de 40 minutos
Música y letras: Javier Medina Bernal
Músicos invitados: Lilo Sánchez, Juanri De La Togna, Fernando Lee, Iván Barrios, Terko Scocia, Camilio “Cienfue” Navarro, Fernando del Río y Graciela Núñez (para la versión Tocando Madera, la gira, en estudio, Volumen I, de Vale la pena soñar, también incluida en este CD)
Este disco fue grabado en los estudios: HB Music, Hidrovo Studio, Insomnio y PTY Studios
Ingenieros de sonido y mezcla: Ignacio Molino, Pablo Governatori, Alfredo Hidrovo, Pablo Quintero, Iván Barrios y David Colindre
Master musical: PTY Studios
Foto, arte y diseño: Bernardo Kenny / Cinemusic Productions – Cesar Capasso