por Salvador Medina Barahona
1.
Es todo lo que puedo, dijo, y fue uno con el aire.
Las hormigas supieron que su verdad era infinita.
Los osos perezosos y los talingos, que no despertaría más
que al duende solitario que dormía detrás de su oreja.
Alguien le creyó porque no fue visto nunca más entre nosotros
y de seguro su mitad de sangre anidó
en los confines del dolor más áspero.
Hijo fue de la indiferencia, hermano bastardo de una nube
en la mitad del agua…
Dijo que las noches no serían las mismas sin él.
Y se marchó calladamente,
pensando en la otra celda que lo esperaba, cerrada,
en el vacío.
2.
Espejo de mí, su fábula me hiere.
He pensado mucho en la existencia de dios en estos días.
Como aquel hombre, no encontré nada más que un adelanto de paraíso
en el beso de un par de adolescentes turbias que se resistían a abandonarme.
(Pobres, ya tendrán su desventura. No fui capaz de decirles
que la joya de sus años dura lo que una séptima ola y que,
para no ahogarse, hay que saltar sobre ella
y fingir que dios existe.)
3.
Abucheado por el silencio de las multitudes,
no hallé paz en el poema. Me dio lo suficiente: su limosna.
Escribí para amar a los que no me amaron.
Naufragué en la palabra
y ahora solo quiero que me dejen en paz.
4.
A veces me atrae la lucidez;
vuelvo a ver aquel paraguas amarillo
cruzando por las calles de mi vida.
No alcanzo aún a descifrar el valor de su hazaña
delante de mis ojos.
Pero no quiero que se cierre;
debajo caminan dos enamorados
que tal vez compartan conmigo un poco de su dicha venenosa.
5.
Mi padre, ya un duelo obligado entre mis versos,
me habría dicho que la fiesta
es la salvación en los días difíciles.
Pero, cuando bailaba, con quién bailaba,
en qué ritual pagano agitaba su cópula de humo,
cuántos fueron los que, bajo su pie marchito,
esperaron su caída.
6.
Me da soledad el miedo (y premonición el recuerdo).
En la cama de un hospital como aquel que habité
en el Barrio de Salamanca, se jugó la vida una de las mujeres que más amo.
Nadie lo comprende. Solo quise que se fuera después de mí.
7.
Escribo junto a una mesa que sostiene un ejemplar de las obras completas
de un tal Shakespeare, jardinero de palabras.
Sobre el ejemplar un pequeño búho de sobaco ilustrado mira hacia no sé dónde.
El tal Shakespeare me mira con el peso de sus obras
dinamitándole las cejas: “¿Ser o no ser?”, le pregunto.
El pequeño búho gira su cabeza nocturna,
me hace un guiño opaco,
alza el vuelo.
8.
Hay un pequeño animal de cuatro patas y media cola junto a mí.
Esa pequeña cosa es mi perro,
esa amorosa criatura que da brincos tantas veces
como triste se sienta mi corazón;
él, que lleva el corazón agitado en su cola mutilada:
él, tan dulce vid estremecida para mí, luz de sus ojos.