Salvador Medina Barahona

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¡Oh, el trino, el trueno!

In 1, Letras, Arte, Cultura on May 27, 2014 at 7:43

Por JAVIER MEDINA BERNAL

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Es sobrecogedor cuando un escritor alcanza la completa (y descarada) madurez; es decir cuando escribe con libertad y gusto a pierna suelta.

Salvador Medina Barahona, poeta y ensayista de la patria, ganador, en el género Poesía, del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró 2009 y de quien soy orgullosamente sobrino, escribió en su momento, inspirado en las bondades de nuestra hermosa península de Azuero, el libroViaje a la península soñada. Gran obra, en efecto, con la que me identifico hondamente por ser, al igual que el autor, oriundo de la región a la que está dedicado el poemario. Hay otras obras de Medina Barahona que merecen ser revisadas: Vida en la palabra vida en el tiempo (ensayo), Somos la imagen y la tierra (poesía, premio Stella Sierra), La hora de tu olvido (poesía, sentida elegía al padre), Mundos de sombra (poesía) y Pasaba yo por los días (poesía), con la que obtuvo el Miró en el 2009, para mencionar algunas. Contienen estas obras grandes versos y párrafos llenos de desgarro y arrojo poético, sin duda. Sin embargo, es de la última de las aventuras literarias del vate oriundo de Mariabé de la que quiero hablar en esta nota, ya que es esta la que ejemplifica al dedillo los conceptos “madurez”, “libertad”, “gusto” y “pierna suelta”, aunque, como se verá, es otra parte del cuerpo del poeta la que anda suelta. Es para mí un honor informarles, previa autorización del susodicho, que Salvador Medina Barahona trabaja en estos momentos, al mejor estilo de su tocayo Salvador Dalí, en un ensayo filosófico sobre la importancia de las flatulencias (atronadoras) a la hora de consolidar y fortalecer las relaciones afectuosas. Les cuento que Medina Barahona para completar dicho texto con el debido rigor científico, ha decidido practicar a diestra y siniestra, sin reparos ni complejos, la ventosidad en frente de sus seres queridos, por lo que, dicho sea de paso, me he dado cuenta, al fin (aunque a decir verdad nunca lo he dudado) del tremendo afecto que me guarda el tío Salva, como cariñosamente le llamo yo y varios de sus sobrinos. ¡Cómo me quiere el tío, carajo! Esta vez, debo confesarlo como lector y periodista serio que soy, no he leído una sola línea de lo que ha escrito el orgullo de la familia, Salvador Medina Barahona; no obstante, no me cabe la menor duda de que será esta una de sus mejores obras: me ha bastado, amigos lectores, con escuchar y oler y seguidamente observar con detenimiento los sentimientos que afloran en mí a cada trueno proferido. No es exagerado aseverar que el hecho de que mi afecto por el tío se fortalezca cada día más (gas a gas) es una prueba irrefutable de que la propuesta ensayística del tío va por buen derrotero. Lo demás, lo sabe muy bien él, es retórica, ordenar la palabras de modo que los razonamientos calen. El título que tiene Salvador bajo la manga para su estudio lo desconozco (los títulos son muy importantes para él, pues no en pocas instancias han sido estos los que le han dado vuelo —en esta caso podríamos decir “vuelo y viento”— a su prosa poética); pero seguro es que la inventiva medinabarahoniana no nos defraudará. De igual manera sabemos que la talentosa ilustradora y fotógrafa Kat Yurchenko elaborará para el libro una portada digna del influjo de Salvador Medina Barahona, como ya lo ha hecho en el pasado. Puedo manifestarles, pues, para concluir, con plena confianza y certeza, que este ejercicio intelectual será un hito en nuestras letras panameñas.

Honor al pequeño gigante de las letras panameñas: César Young Núñez

In 1, Letras, Arte, Cultura on May 20, 2014 at 19:29

César Young Núñez y su legado: ¡HOY!

Por Salvador Medina Barahona

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El poeta César Young Núñez custodiado por las escritoras Gloria Guardia, Mariela Sagel  y Gloria Rodríguez

 

 

La poesía de César Young Núñez ha marcado un punto de inflexión en la historia de la literatura panameña. Y más. Ha trascendido nuestras fronteras sin pasaportes. Es, en sí, un caso único en la poesía del Istmo Centroamericano. Ese libro célebre con que lo ha hecho, y que lo acredita como uno de nuestros referentes indispensables, Carta a Blancanieves, es apenas la punta del iceberg de una inteligencia que ha estado, durante décadas, al servicio de una colectividad en crisis.

El humor, el sarcasmo, la ironía, las referencias cultas de un lector erudito y exigente, el ludismo afortunado de sus versos, en fin, las reescrituras, en la suya, de una poesía universal, son los ingredientes de mayor notoriedad que han nutrido la agenda de este poeta bisiesto, como él mismo se autodefiniera alguna vez.

Don César vino a traerle aires frescos a una poética colectiva reconcentrada en lo grave, no sin motivos, hago la salvedad. Es el tipo de voz que aparece una vez cada siglo para diluir la densidad de un discurso mayormente enfocado en los tristes avatares sociales de un país en búsqueda de su identidad y en reparo de sus llagas más profundas.

Leerlo a la ligera, fuera de contexto, sería no hacerle justicia; porque, ya lo sabemos, el hombre es su circunstancia, como lo dijera el filósofo, y en ella debe dar cabida a un ejercicio de humanidad que, sumado a lo grave, nos recuerde que, a pesar de las alambradas, hay cielos abiertos donde mirarse y proyectarse, en el presente y más allá del presente. Eso que se llama “patria” también se construye con sentido del humor, con ironía, con lucidez y mordacidad quevediana.

El disgusto que trajo consigo posponer la entrega de la más alta distinción que un escritor panameño puede recibir por el trabajo de toda una vida en las letras (la Condecoración Rogelio Sinán) debe transfigurarse ahora, luego del más que simbólico acto de desagravio llevado a cabo por colegas y amigos que lo aprecian, en la celebración que desde el inicio supuso la buena noticia.

Los traspiés de una institución de “cultura” (traspiés cuyos altos funcionarios no supieron enmendar con la dignidad del caso) pasan ahora a segundo plano, puesto que no se trata de ellos, sino de Don César. La turbamulta, en buena hora escenificada en los diversos medios como repulsa a la “decisión presidencial” de posponer la entrega de la condecoración, con la más banal de las excusas de por medio, debe ceder paso a la ceremonia de honor con los matices representativos de la personalidad del galardonado. Un despropósito como el ocurrido jamás estará a la altura del legado del autor de Poemas de rutina. Ni puede empañar su fiesta. A las finales, salió ganando él, porque los afectos y muestras de solidaridad vinieron a confirmar que su escogencia recibió el rotundo beneplácito de sus pares, sus discípulos y sus lectores.

Esas son las paradojas de la existencia: El alto funcionariado obedece, como soldado raso, las órdenes de un mariscal de campo inculto y, en el acto, los artistas levantan la antorcha del afecto para exigir respeto a la Ley, organizar una ceremonia de desagravio previa a las pompas oficiales, y celebrar, con la luz de la Poesía sobre sus cabezas y en sus corazones, el acto público pospuesto; a pesar de todo. De seguro esa luz alcanzará para todos los que esta noche asistamos en gesto solidario y alegre al Teatro Nacional, porque proviene de la Poesía esencial que todo lo purifica. Y, como tal, no tendrá la mezquindad de dejar a oscuras los rostros avergonzados de unos malos oficiantes de la administración cultural de turno.

De modo que vayamos a acompañar a Don César. Sabemos bien que las medallas, los pergaminos y los dólares duran poco. Lo que sí dura es la obra. Y con ella su oficiante. Y Don César viene durando desde hace mucho tiempo. Lo de ahora es un mero acto protocolar, salvado por nuestro más sincero aprecio, que viene a confirmar lo que ya todos sabemos sobre el emblemático Julio Viernes (seudónimo con el que amparó  sus crónicas periodísticas). Seamos testigos, pues, de ese momento en que el máximo y tal vez único y legítimo cultor de la “antipoesía” panameña, sea abrazado, y abrasado, por la calidez de nuestra presencia. Nosotros somos su otro yo. Su otredad devolviéndole el eco de sus poemas y su pensamiento brillantísimo y juguetón. ¡Seamos, por un instante perpetuo, ese espejo de alteridad en el que él vea reflejada la corona de su gloria!

 

Panamá, 20 de mayo de 2014