Hace algunos años, cuando tenía por costumbre semanal asistir a una de nuestras librerías y revisar los anaqueles de libros con el objeto de ver si algo nuevo había llegado, tuve ante mis ojos un poemario titulado Balanceo; lo firmaba un tal Songo. Los que me conocen bien, saben que, sin tener el dominio de la verdad de mi lado, suelo ser un HP (Harry Potter, para ponerlo de forma amable y emulando las gracias de nuestro presi), o, simplemente, un hijodeputa a la hora de apreciar la poesía. Me explico: Llego. Me posiciono frente al anaquel, veo las portadas, los nombres, el paratexto, en suma. Luego, abro el libro de mi interés, levanto la ceja derecha, respingo la nariz, aprieto la boca y leo algunas líneas a ver de qué madera está hecho el o la poeta que ha tenido la iniciativa de dar a la publicidad un manojo de versos, ojalá habitados por la Poesía, con mayúscula. Síntesis: Balanceo no me gustó. Punto. No tengo nada más que decir al respecto.
Más adelante, la vida me haría conocer al individuo cuyo seudónimo alude a alguna cosa rítmica caribeña. Un tal Edilberto González Trejos. Un tipazo. Y me dije, carajo, un tipo de buenas intenciones pero qué pena que no se haya tomado el tiempo de castigar el texto que ofreció a los lectores bajo aquel título de péndulo y bachata.
Después vendrían las actividades culturales en las que ambos participaríamos, el crecimiento de una amistad hoy sólida, el festival de San Francisco de la Montaña y la esperanza de que, en cualquier momento, Edilberto nos diera la sorpresa de un libro memorable. Ese momento llegó. “dioses de bolsillo” es, tal como lo he consignado en la contraportada, la obra que este ejemplar ser humano nos debía. Cito literalmente: “Estos son los versos de Edilberto González Trejos que estaba esperando. Castigados, libres de adjetivaciones superfluas, decidores de una verdad incontestable: la suya… Que es nuestra (no vuestra, como dice allí) por ritmo y emoción contenida, por sustantividad de ser. Para mí, este “dioses de bolsillo” revela la raza a la que pertenece González Trejos: la de los Poetas con un lugar en el mundo.”
Conocedor de lo HP que soy, pero dueño de una seguridad admirable y aguantador de cualquier metralleo crítico de mi parte, Songus, como me gusta decirle, me dijo, bueno hermano, veamos los versos, pues. Ya sabemos todos que el pez muere por la boca y yo, por bocón, tuve que ir, otra vez con la ceja alzada, a leer y opinar sobre los nuevos versos del amigo. Con lo que yo no contaba era con el hecho de que ya venía preparado con un buen escudo: el de su propia solvencia poética. Claro, yo tuve que hacer las veces de abogado del diablo, para ver si lo hacía titubear; pero el hombre allí, impasible.
Debo dejar muy en claro que no me ocupo de los libros de nadie si no me gustan, si no me transfiguran, si son un crimen ecológico. La crítica, o la opinión más bien de un libro de poemas es para mí un ejercicio de amor, con todo lo que el verdadero amor implica: honestidad, decir lo dulce y lo amargo, queriendo lo mejor para quien ha venido a pedirme una retroalimentación.
El resultado de ese ejercicio de amor está hoy entre nosotros. Ahora hablaré de él, partiendo de una premisa: Es un libro admirable. Songus ha dado una zancada cualitativa de la que tiene que estar muy consciente, porque de ahora en adelante no puede sino partir de allí para sus nuevos proyectos.
Es un libro complejo, vario en sus contenidos, responsable en su forma de decir: el lenguaje es, como en todo excelente trabajo, su rúbrica más preciada. Va de lo emotivo a lo sentipensante. Songus es un hombre tierno, pero también un ser que piensa y hace filosofía en el verso, por más en desacuerdo que algunos trasnochados estén con la idea de no hacer filosofía en la poesía.
Inicia con un tono confesional, bucólico, afincado en los territorios de su infancia. En un San Francisco de la Montaña al que asiste a ver morir a su madre. De salida, el poeta nos conmueve. Conmoción y emoción en una sustancia verbal que se va adensando conforme pasan las páginas. Son versos honestos e inteligentes, lacónicos y duros, de una brillantez que soslaya todo facilismo.
Para mí ha sido un verdadero honor trabajar, como lector crítico, con él. Songus es unos años mayor que yo; por lo tanto, tiene ventaja vital sobre mí. Soy vitalista. Él también. Por lo tanto, me siento muy a gusto entre las páginas de su nuevo poemario. Siento un goce estético y ético muy profundo. La amistad poco tiene que ver, o mucho, y que valga esta contradicción, porque no hay nada mejor que celebrar el libro de un poeta amigo, que es solvente en su escritura y que llama a las cosas por su nombre y les inventa nombres nuevos, sin necesidad de alardeos inútiles o estridencias fatuas o efectismos cojos.
Devoto como es de la poesía en otros idiomas, este políglota del verbo poético se sentía en deuda con unos ritmos que no eran los suyos, venidos de las lenguas inglesa y francesa, que en poco contribuían a su despunte versal. Lo comprendió a la primera de mis malcriadeces. Respiró el ritmo que le corresponde y su palabra ha cobrado vuelos insospechados.
Los títulos de los poemas de “dioses de bolsillo” son en su mayoría hermosos. Me apasionan los nombres de las dos secciones que lo conforman: La zafra de la lluvia y El cortejo de la piedra; tanto como ese que da título al conjunto: “dioses de bolsillo”, repito, en minúscula, como una demostración de su ingenio y rebeldía, un gancho que va más allá del ardid publicitario y se adentra en unas zonas de relámpago y sombra.
Fuerza. Sustantividad. Adjetivaciones precisas, en las que ha seguido a pie juntillas el postulado de Huidobro: “El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Fraseos aquí y allá, creando atmósferas únicas, enigmáticas. Ritmo como música. Música como celebración del sonido. Ritmo como senda hacia ese punto de llegada al que alude Paz en El arco y la lira. Estrellas cabalgando sobre una sábana negra que se va haciendo luminosa en el tintineo de los coros de su voz. Todo eso hallo aquí. Síntesis también hallo. En suma, todo lo deseable en un buen libro de versos.
Me niego a comentar alguno de los poemas porque los he hecho míos a un nivel de intimidad que me restringe el verbo y me exige guardar para mí los placeres de su lectura. Pero, además, queda claro que no soy quien para arruinar, con los detalles, la lectura que sus lectores habrán de tener, cada quien a su modo, a su aire, a su sueño.
Gorka Lasa Tribaldos, un poeta en exceso modesto y grande, de seguro dice lo que yo no me atrevo a decir; no porque sea un bocón, como yo, sino porque dispone de unas herramientas elucidadoras con las que valorar los caminos tórridos de lluvias pasadas y nuevos de arenas movedizas. La metafísica puebla este trabajo. Y Gorka, diciendo sin decir, lo hace mejor que yo.
Yo me siento muy feliz. Songus lo sabe. La poesía lo sabe. Sabemos que a veces es una puta esquiva, la poesía, que no se acuesta con el que le guiñe el ojo. En todo caso, es una puta difícil, de rogar. Y cuando le ruegas mucho te mete una patada en los cojones que ni quieras saber. Ella se escribe solo cuando ella quiere, al decir de un poeta guatemalteco, cuyo nombre me es imposible recordar siempre. Pero Edilberto creó las condiciones exactas para que esa doña altanera y hermosa, se acostara con él, le susurrara al oído sus blasfemias, sus procacidades, sus enconos y sus ternuras.
Cable de alta tensión el poeta, siempre lo he definido así. Y los hay de distintos niveles: los de hierro podrido, los de cobre, los de oro y los de platino. Parece que la Poesía ha descubierto un alto nivel de conductividad en la persona, el ser, de Edilberto y, solita, sin que la llamaran, le abrió las piernas y se dejó penetrar. La voz espermal de Songus ha preñado a una mujer difícil, y ella le ha dado un hijo hermoso. Vamos a cargarlo, antes de que empiece a caminar. Vamos a bautizarlo contra el mal de ojo. Alejarlo de las garras de la Tepesa. Es de esos chiquillos cabrones que se levantan antes de tiempo y van a la vida a defenderse solos. Pero las brujas envidiosas existen y no está demás que le pongamos un listón rojo a la criatura. A las finales, no será necesario. La obra se defiende sola. Mis palabras son solo un regocijo frente a ustedes. No una defensa de nada. No se puede defender lo indefendible. Lo escrito, como un buen puño cerrado, se blinda ante las inclemencias del tiempo y deja pasar solo a los que con amor reparan en su sublime hermosura.