Salvador Medina Barahona

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SALVADOR MEDINA BARAHONA: UN DUENDE EN EL ROMPEOLAS DE LA PENÍNSULA RE-ENCONTRADA (Por Moisés Pascual)

In 1, Letras, Arte, Cultura on septiembre 19, 2012 at 1:34

¿Quién es Salvador Medina Barahona? A simple vista parece otro poeta más con barba, un ser, como de otro mundo, coronado por los verbos conjugados de los dioses bajo el efecto de las dulces agonías, las mandrágoras, en tránsito hacia su destino sin máscaras. Un elegante alquimista que trabaja con dolorosos sueños, y fragmentos de vida, al compás de los oscuros sonidos del amor.

Miro la fotografía en blanco y negro de Salvador en la contraportada de sus libros, leo sus versos y encuentro su alma. Su poesía respira transparencia. Me sugiere, de pronto, cosas con sabor a tierra, mar y cielo. Encuentro una mirada desde adentro, desde el fondo de la tierra sedienta de justicia. El universo parece una telaraña azul, no una isla triste. Me miro en un espejo. Miro a un hombre que siempre está mirando lejos, a otra parte. No está aquí, en la mezquina materia de la muerte. Está más allá. Más allá de los muros del aire. Y mira a esa parte que puede ser un lugar o un sueño, un vacío: Mar-tierra-ciudad-mundo-planeta, todas las preguntas juntas, convocadas por la fuerza de su magia, su palabra en vuelo, como una cometa en libertad; el poeta mira la tierra desde su pequeña nube, llorando lágrimas de agua y viento.

El poeta mira las cosas que todavía no existen, o que un día serán, o fueron. La mirada de Salvador se posa en ese límite exacto de su península soñada, prometida, re-encontrada. La utopía hecha mar y sol, vida y muerte. Abrazos. Racimo de dulces sueños en la boca que se rompe, como fruta de sangre; memorias de países de infancia y futuro, entre ciruelos y púas, ríos y hambres. El poeta mira: La sal en la herida que nunca se cierra. Todos los fuegos en el fogón de las abuelas, soplando con pencas, con el aliento del corazón, en trance de vivir o morir, más allá del tiempo y sus rincones. Su poesía siembra entre las sombras, revelando con sus luces los insólitos misterios cotidianos. Salvador es, creo, un profeta de sí mismo. Su vida ya está escrita: Sabe su destino. Es un poeta, por vivir, hasta morir de poesía. Alguien que sabe que la vida es un delicioso recuerdo, una atadura de lenguajes invisibles.

Sus libros, sus palabras, reunidas, son como un domingo fresco en el pueblo, sin campanas. La feliz y razonada embriaguez del amor, por el padre y el mundo, pero jamás, jamás, el olvido como verdad final. El olvido no existe. La muerte es otra mentira más de la carne. Todo es vida en el universo en movimiento. Somos las palabras que miran al viento y al mar jugar como niños. La luz en su vaivén de baile nocturno. La vela que no se apaga. El barco lejos divagando entre las olas y las gaviotas. Y, quizás, lo que sucede es que Salvador lo que mira, adentro, no es el mar ni la tierra, sino la espuma que besa la vida en el rompeolas de ese su devenir heraclitiano, en ese inacabable viaje sin pasaporte a los mundos de la sombra, donde el retorno es la voluntad de los dioses locos por el amor a la vida y su poesía.

Salvador es un duende; una tarde sale de la pequeña piedra gris provincial húmeda, muestra su luminosa desnudez poética y gramatical, su grito al mundo. Es otro pequeño dios que da forma a la forma, mira con dolor los secos llanos donde crece el maíz, pez muerto, lágrima(s) color de oro viejo. Allá, más allá, donde la lluvia canta con tristeza, llegar con ansias, al hogar, pronto, a comer arroz blanco y miel, frijoles y luz, en el portal de su antigua casa de barro, con la esperanza de que la alegría tendrá la forma del sol y el viento, la mujer y el violín; como junta de embarre y ron, cantos de pájaros de mil colores salvajes, y, en el centro, la sombra del padre, en esa hora final en que nada nos salva de la muerte y sus desastres.

Salvador Medina Barahona: Un poeta… nacido en 1973, Mariabé, Pedasí, Los Santos, Panamá; aquí en esta otra orilla del mundo, donde Salvador escarba con sus manos en su propio dolor y en su corazón, como en el nuestro, hondo, bien hondo, para darnos con su palabra la belleza y la verdad de una memoria que es lápida de dura roca, tiempo de todos los tiempos, la breve eternidad de los que, como él, amamos la vida, aunque ella, ingrata y frágil, sepa a sal de llanto y olvidos inútiles.

El poeta es el que mira a aquel hombre viejo y amado, de grandes ojos, el padre, ese que también es el hijo, dios en la tierra, y el hijo del hombre, inmóvil, orgulloso, crucificado, en su portal de brisa y verano eterno, ese hombre-poeta-hijo, que se resiste a pronunciar la palabra “olvido” como un simple adiós sin consecuencias. Ese poeta que va, de la infancia a la muerte, como en un tren sin humo por las orillas del sur, hasta las ínsulas del amor, el dolor y el grito. Este es Salvador Medina Barahona, el poeta y sus huellas.

Su obra poética publicada va desde Mundos de sombra (1999), Viaje a la península soñada (2001), Somos la imagen y la tierra (2002), Cartas en tiempo de guerra (2002), entre otros, hasta este su último poemario La hora de tu olvido (2008). Pero el que quiera conocer más de su poesía solo tiene que abrir sus libros como botellas de vino y adentrarse por una obra que en silencio viene siendo trabajada como la arcilla que moldean los artesanos del arte que se mezcla con la vida, poco a poco, pero con grandes deseos de ser vida que imita al arte. Mucho mejor si al escuchar sus versos oyes a los grillos tocando violines para la lluvia, y a los poemas les cae, adentro, algo de sudor y caña.

De algunos de sus libros, expurgo, como granos de arroz, algunos versos limpios, bien pilados, que a mí me hablan de mil sensaciones, de la tierra, el hombre y el cosmos. Por ejemplo:

1. De Mundos de sombra (1999), un fragmento del poema Lo inútil:

Sé que estás entre los árboles. Y sé que quieres estar solo. Por eso lo has hecho. No caminaste hasta aquí con otro fin. Te has alejado como lo hiciera una araña solitaria en su desove, buscando la oscuridad entre las ramas, hilando más tarde, respirando en silencio para no ser descubierta. Pero es inútil. Te puedo ver. Ahora estás mirando a todas partes, y te preguntas quién te habla, quién se opone a tu abandono, pues no puede ser tu conciencia que, también sé, has dejado guardada hace algunas horas en el primer cajón de tu mesa de noche. (…)

2. De Viaje a la península soñada:

(…)

Ya correr no es suficiente.

Huir es caer. 

No todo es luz

en la Península soñada: (…)


Y cae la tarde
con su brillo de lata
milenario.
Allí donde vivimos
nos queda a las espaldas.
Una estela de humo
humedecida de ternura
dibuja su adiós,
y el camino queda atrás…
como lo hicieron
los muertos.


3. De
Cartas en tiempo de guerra:

 

dos

Está dicho:
Hacer el amor es hacer la paz.
Hacer la paz es hacer el amor.
Hazte el amor primero.

4. Del poema El tango del mendigo, quiero rescatar este solo verso:

(…)

La noche anida espantos sobre mi corazón desnudo (…)

 Imagen

AHORA BIEN, HABLEMOS UN POCO DE LA HORA DE TU OLVIDO, el libro que nos ha convocado hoy, para no olvidar la vida y la poesía. Hablemos, pero no como críticos, o como un profesor de literatura, en tiempo extra, seudo-experto en comentarios literarios, y casi tentado a hacer una disertación académica sobre la elegía mundial y panameña, a partir de los versos de Salvador. No. Hablemos desde un poeta que lee y siente la poesía de otro poeta. Así: Entre sus muchos significados y formas, entre esos surcos secretos, poblados de verdades, ausencias y nostalgias, La hora de tu olvido es un libro hermoso y estructurado, de principio a fin, con un hilo temático y emocional coherente, a cuyo alrededor gira la muerte del padre: Antes, durante y después. Un libro sentido, donde la palabra no es gratuita. Es una vivencia del dolor escrita sobre el papel y que se hace literatura en el alma que chilla con inteligencia para no morir de muerte.

Adentro: Una dedicatoria, un epígrafe, un prólogo en 5 partes, definitorios. 19 poemas interrumpidos por un INTERMEZZO, ese “Adiós en una tarde de agosto”, más un Epílogo, y finalmente un “Post Scriptum, Blues del cementerio”, que me hace pensar en una especie de clasicismo pero a ritmo de jazz y gospel, que incluye, en su estructura, el “Camino al cementerio”, la “Lápida”, y la “Ofrenda final”. Todo lo cual me recuerda un exquisito y doloroso réquiem musical, de una vieja edad de oro, o un romántico Bécquer en gris, pero con versos de luz para mañana, al son de rabeles y tristes acordeones alegres. Y además está su cuerpo visual, el diseño y las ilustraciones de Jairo Llauradó y Olowagdi. ¡Qué bellos dibujos como leyendas o sueños!

Bien: Se trata de poemas con un tono elegíaco: llanto; casi todos versos de arte menor, como en la mejor tradición de la poesía española próxima a la copla y al canto hondo, canto para vivir, a pesar de la muerte. Los griegos, Manrique, Korsi, Solarte, Lorca, y otros más, dentro de la mejor tradición lírica elegíaca.

Del “Prólogo” rescato los versos: «…mi padre abandona la ensoñación de las estrellas / la derrota del mundo.»

Este libro es, en su conjunto, una suma de paradojas y antítesis, símiles, una reafirmación de la vida más allá de una visión religiosa. Algo de pagano y místico hay en sus simbolismos, en sus figuras, evocaciones y alusiones. El poeta dice (poema II): «Hoy / digo tu nombre / como un espejo roto / en la mitad / del olvido.» (…)

Un lenguaje simple, transparente, marca un estilo de poesía pura y cotidiana que no se rebusca en formas, pero que estila forma; esa que no impide la trascendencia del dolor como forma más elevada de la poesía. Muerte, vida, dolor, impotencia, y retorno, marcan las claves del poeta. La vuelta a la infancia es la gran patria. La memoria es invencible. La vida es un viaje, una angustia de dudosa aceptación en lucha: “Tal vez / era tu forma / de enseñarme / que viajar /era vivir / y vivir, la forma / de perder / las cosas / en el rumbo”, dice el poeta (Poema IV).

La muerte no es un tema. Es una experiencia. Pero también es la certeza de una esperanza oculta en un nuevo despertar, una epifanía, de la palabra y la vida. El poeta llora, pero con voz de filósofo:

«Con los años,

aprendí

lo que se aprende con los años.

Que los hombres nacen

para

crecer

hacia la muerte.»    (Poema VI).

En sus simbolismos el padre es luz, agua, sal. El estilo del poeta está marcado por el lirismo de su mundo, su patetismo, su concisión, su afán de claridad, precisión y sugerencia, con un ritmo interior muy personal. En su poema “Lápida” nos regala esta metáfora: «Padre, / ángel roído por el trueno,» (…) Su poesía es una declaración de amor, un retrato del padre, una búsqueda incesante de todas sus huellas, una evocación de la tierra, de la infancia como patria… En este libro de Salvador, lo telúrico y lo social ceden paso a lo humano universal, en espera de nuevas sorpresas.

Epitafio: No hay muerte y todo es vida. Vida y muerte van de la mano como niños. Hay vida más allá de la muerte y muerte en la vida. Otra vez el ciclo comienza. Otra vez el origen y sus nostalgias. ¡Dolorosa dialéctica! Hoy, a finales de abril, vuelve a llover sobre la tierra que nombra tu nombre, padre mío. ¡Tú, padre, estás en el viento como una flor en verano! ¡No hay olvido para tu inmortal hora!

Los invito, pues, a vivir la poesía de este poeta en esta hora que nunca tendrá olvido, pues Salvador Medina Barahona es hoy de esos extraños poetas que apenas en la flor del siglo XXI nos hablan del amor y de la muerte, y, también, de los eternos retornos, pero no como un final oscuro, sino como esa amorosa luz pintada de palabras con la que se construyen nuevos mundos en lo oculto de las sombras. La vida es, en su poesía, la espuma que flota en el rompeolas del nunca te olvido.

Leamos, escuchemos al poeta, en ese duro oficio de “crecer hacia la muerte”. Para que, como él mismo dice, la vida pueda: “Derrotar esta duda. / Este mal sueño. / Esta hora ferozmente escrita”.

(Palabras de Moisés Pascual sobre el poemario

LA HORA DE TU OLVIDO,

de Salvador Medina Barahona.

Panamá, lunes 21 de abril de 2008.

Exedra Books).

Panamá, 18-20 abril 2008.