Por SALVADOR MEDINA BARAHONA
Tomaré prestadas, para mi conveniencia, y confío que para la de mis lectores, algunas ideas del polémico, no siempre acertado, pero sin duda brillante Harold Bloom. Ideas que me asistan en la tarea de reflexionar, aunque sea brevemente, sobre un hecho notorio: La reciente concesión del Premio Honorífico de Poesía “José Lezama Lima” 2010 al poeta panameño Manuel Orestes Nieto; léase, a su libro compilatorio El cristal entre la luz, suma magna de sus cuarenta años de escritura.
Antes, es útil consignar que este premio, concedido por la Casa de las Américas (El Vedado, Cuba) a una obra editada, es uno de los reconocimientos más emblemáticos a los que pueda aspirar un escritor del ámbito hispanoamericano. Lo que, en el caso de nuestro poeta, viene a confirmar lo obvio: Que la justicia poética existe y hace sus dictámenes a favor de los legítimos entes del lenguaje. Es decir, a favor de quienes, creyendo elegir, fueron elegidos como los alfareros prominentes de una compleja misión de reagrupar -dar molde, ad infínitum- a la masa aluvional de caracteres, símbolos y silencios que es, lo escribo otra vez, el lenguaje.
También resulta útil a las nuevas generaciones de lectores señalar que ha sido, precisamente, Manuel Orestes Nieto el único panameño en adjudicarse el premio de Poesía del Concurso Casa de las Américas por un libro inédito: Dar la cara; hace más de tres décadas. De modo que, si el galardón concedido en 1975 a ese libro puede ser considerado como el primer paso en firme para la consagración internacional de este poeta memorable, no sería una aventura afirmar que ahora, en 2010, el premio honorífico a la totalidad de su obra nos sugiera que estamos visualizando el escenario en el que se materializan, a plenitud, las predicciones lanzadas a la publicidad por el Oráculo del Tiempo: Avezado siempre en los temores de muchos; sabio, 35 años ha, en la conciencia de los que confiaron.
Bloom señala, en su disquisición sobre el Clinamen o Equívoco Poético, que la Esfinge (eso que los entendidos llaman la Escena Primordial) “se encuentra en el camino de vuelta a los orígenes, y el Querube (eso que es señalado como la Ansiedad Creativa o el ‘agente que impide el paso y obstruye la creatividad’) [por su parte se encuentra] en el camino hacia delante de la posibilidad, si no del cumplimiento.”
Sostiene el crítico que “La Esfinge confunde y estrangula y se rompe al final, pero el Querube sólo protege, sólo aparece para obstaculizar el camino, sin poder hacer otra cosa que ocultar. Pero la Esfinge -continúa- está en el camino y hay que apartarla. No resolver el enigma -sentencia- es propio de todo poeta fuerte cuando emprende la búsqueda. La elevada ironía de la vocación poética consiste -nos dice- en que los poetas fuertes pueden llevar a cabo la mayor de las tareas y fracasar en la menor. Apartan la Esfinge pero no pueden descubrir al Querube.” Líneas abajo, Bloom agrega: “Los buenos poetas dan zancadas poderosas en el camino de vuelta…, pero muy pocos se han mostrado dispuestos a la visión. Descubrir al Querube no requiere tanto poder como persistencia, ausencia de remordimiento, una constante vigilia…”
Sospecho, asido de esta genial alegoría, que Manuel Orestes Nieto asiste a ese instante de eternidad en que, tras la vuelta, esto es, tras el apartamiento y/o el rompimiento de la Esfinge, que intentó, como contra todos los grandes poetas, “confundirlo” y “estrangularlo”; sospecho, digo, que se ha abierto paso en el Magno territorio de la Creación. Amplío: El autor de El cristal entre la luz es recibido y admirado por la Otredad en una suerte de Consagración pública, a gran escala, de su ejercicio creativo, visionario, vigilante. Ejercicio accionado en soledad, que lo hubo de llevar, sin duda, a necesarios, y, de seguro, más íntimos momentos de comunión. De la vigilia diaria, comprometida; a ratos dolorosa, a ratos silente; útil en la toma de conciencia de un país, de un mundo, de un universo; de ella, pasa a ser sujeto, ante la mirada de los otros, de esa visión estelar a la que alude Bloom.
El poeta ha dado su zancada. Ha hecho trizas la Esfinge. Lo que destruye se convierte, ipso facto, en el último renglón de su libro. Que es el primero de la posteridad; vista aquí, ahora, en la celebranza (celebración que es danza) de un hecho causal, construido, artesanado en el pudor de la sombra y su elegía.
El ciudadano que ejerce de hombre sensible y de obrero de las metáforas y los testimonios se ha elevado con la pértiga de una ilusión capaz de perder su nombre, de convertirse en acto, en Maestría que perdura.
Ha ganado el poeta sus gafas mayúsculas, ¡sus Quevedos!, ante una multitud en la que habrá de encontrar congéneres que lo quieran y lo aplaudan, y, por qué no decirlo, criaturas que, indiferentes o divergentes con la Poesía, o su Poesía, lo odien y lo abucheen.
Comprende, así, que su labor visionaria genera una reacción dialéctica. Y, en este comprender, los viste, los Quevedos, con la humildad del sabio. Ya nos lo podríamos imaginar: Su frente imantada de palabras. Su mirada descubriendo lo oculto. Sus ojos enfrentando al Querube Protector de un Fuego que ha sido reservado para los que lo saben cuidar y compartir. Como él. Hijo predilecto del lenguaje. Padre de unos hijos que lo harán posible en su lectura equívoca y, por ello, múltiple, fugaz; nueva en cada intento.
No se puede cometer Poesía y quedar en libertad. La libertad del poeta grande es ilusoria. Las palabras son los barrotes de su celda. El amor que manifiesta con ellas y la violencia que hace germinar en su ofensiva contra los impostores, ambos, son la prisión a la que acude voluntario, no sin dudas, no sin miedos, no sin querer escapar alguna vez.
Su caminar, de manos de la magia de la Poesía, es su pasaporte hacia la liberación ulterior. Su llegar, el punto de partida, el origen hacia lo ignoto; otra vez. Otra vez.
Su descubrir es, en suma, la tea legitimada en que arderán sus ojos y su voz, en que se hará más notorio su silencio (recordemos que, sin él, el sonido, el canto, es imposible).
Manuel Orestes Nieto es canto actual, sonora melodía atravesando el tiempo. Nombre que es noticia. Eso es. Biografía vigente que es palabra emocionada. Lengua en afán y en gloria.
Vigilante mayor es. De un conglomerado de vigías que lo asisten en el oficio de despejar el camino hacia la Verdad, o, al menos, hacia un sagrado tipo de certeza; hacia el cumplimiento.
Porque algo es claro. No puede, quien ha visto esplender un cristal roto entre la luz, dejar de someterse a la tarea de vigilar. Liderando. Como él. No sea que el Querube, custodio de la Más Luz, bestia hermosa y alada en los extravíos de la búsqueda, urda, como antaño, su penumbra sobre los que vienen.